Crónica personal de la Media Vuelta al Teide 2018

Bryan Trujillo
(Publicado por Máximo Martín, en DA)
26.02.2018

La Vuelta al Teide es una marcha cicloturista que se celebró el sábado 3 de de febrero de 2018. Por culpa del mal tiempo, unos días antes la organización planteó un recorrido alternativo para sus dos modalidades. La distancia larga pasó a tener 137 Km y la corta, la mía, 68.

Tendría que haber arreglado los malditos cambios. El viernes, cuando probé la bici, la corona de 28 dientes no me entraba bien. Había que forzar mucho la transmisión para que la cadena subiera a ese primer piñón a regañadientes, casi como quejándose. Pero no le puse mucho asunto, le dije a mi hermano que creía que no me haría falta y metí la bici en el coche.

Ahora suplicaba y me llamaba estúpido a mí mismo. Necesitaba subir un cambio más. Después de dos horas de carrera y algo más de 40 Km, iba penando. Suponía que la subida dura era la del principio y no esta. Llueve, estoy mojado y mi ritmo es lamentable. Estoy solo, aunque miro para atrás cada cierto tiempo esperando que alguien me coja, aunque, por suerte, no lo hace nadie. Este ascenso no es demasiado duro, la pendiente media es del 5-6% y tiene como 9 Km, pero es que voy reventado. Tengo el pulso por las nubes y cada vez que llega una cuesta del 8% quiero bajarme de la bicicleta.
Pienso que debería mantener una actitud positiva. Después de esto, solo me queda bajar. Por muy mal que vaya ahora, luego podré recuperar el tiempo perdido arriesgando un poco. También pienso que es una cicloturista, que no hay premios ni clasificación. Pero esto no va de eso. El ciclismo es otra cosa. Sobre la bici se disfruta, sí, pero también se sufre. Si no supusiese un esfuerzo, un reto, no me gustaría tanto. Y hoy es el día para vaciarse. Llevo tiempo preparándome esta prueba. Esforzándome como hacía tiempo que no lo hacía. Imaginando mi entrada en meta, con los brazos abiertos como si hubiese ganado una etapa del Tour, aunque eso no fuera a pasar. 

El problema es que empecé demasiado rápido. Antes de la salida me aíslo un poco, como hago en los exámenes. El resto está en la clase, repasando, ayudándose entre sí. Mientras tanto, yo estoy en una esquina de cualquier parte alejado del bullicio. Qué le voy a hacer. Soy así.

Le he puesto al dorsal que va en el maillot cinta de doble cara. ¡Error de novato! Se me cae de la espalda todo el rato y me estoy empezando a poner nervioso. No sé qué hacer, lo doblo y decido ponerlo en uno de los bolsillos traseros del maillot. El dorsal importante es el que va delante de la bicicleta. Llevo el número 555. No me puedo quejar, para ser mi debut me ha tocado una cifra bonita. 

Queda poco para salir y voy a coger mi sitio. Miro alrededor y no puedo evitar sentirme acomplejado: las bicis del resto son mejores que la mía. Intento buscar alguna mirada cómplice, que sienta como yo, pero nada. Activo el GPS, me pongo las gafas y meto el pie en el pedal. La cala cruje y se da la salida. Llevo un ritmo suave durante los primeros metros, pero enseguida veo que el grupo se ha estirado. Algunos han salido a todo trapo. Lejos, a una distancia sideral, un maillot amarillo y negro del Loro Parque, cómo no. “Venga, hasta luego”, digo para mis adentros

Esta parte me la sé. Vine a entrenar en fin de año, aunque dentro de 10 Km no me servirá de nada por el cambio de recorrido. El primer puerto tiene pocos kilómetros, pero te pone en tu sitio. Hay picos del 11% que se clavan como agujas en las piernas. No quiero quedarme solo y voy adelantando. Me uno a un ciclista y le grito que vayamos juntos a por el grupo que hay delante. “¡Vamos, a ver si les cogemos!”. Pero o no quiere o no me escucha.

Al final, les pillo. Son tres, dos extranjeros, pálidos con mejillas sonrojadas, y otro que parece ir sufriendo. Me pongo a su rueda, uno de los extranjeros dice en alto “In Finland, it’s snowing now”. “Like here, like here”, respondo, acompañado de una leve risa. Por si no existe la ironía en Finlandia. El sol brilla sobre nosotros, aunque no por mucho tiempo.
Hace viento y toco un par de veces la cubierta del corredor que llevo delante, el sufridor. Seguimos subiendo y casi sin querer, me pongo en cabeza. Subo un poco el ritmo y el finlandés se va conmigo. Me pregunta algo en inglés. Ahora le respondo con monosílabos.
Llegamos al final del puerto. Ahora hay que bajar. Voy tirando delante, agarrando abajo el manillar e intentando trazar cada curva lo mejor que puedo. De pronto, mi amigo finlandés decide emanciparse. Me pasa como un rayo y antes de pestañear, me adelanta otro. “¡Joder, qué mal bajo!”, grito para mí. 

Un buen tramo después, al fin llega una recta. Si logro cogerles, serán buenos aliados para la siguiente subida. Están a unos 100 metros. El corazón me late a 170 pulsaciones por minuto. Me exprimo al máximo, pero es imposible. Yo estoy solo y ellos ya ruedan juntos como si fuese uno. La batalla está perdida. A otra cosa, mariposa. 

Empieza la subida del día: Puerto de Erjos, 6 Km al 5% con rampas del 11%. En realidad, no es para tanto, pero hay que subirlo. El pulso sigue alto, rondando las 160 ppm. Cuando estoy en ese punto, empiezo a sufrir, así que tengo que bajar un poco el ritmo. No lo hago: error. 

Veo a otros ciclistas de la distancia larga y quiero cogerles. Con este viento en contra, es lo mejor que puedo hacer. Pero espera un momento, está subida me suena de algo. Ya la he hecho antes. ¡Pues claro! Por aquí corrí hace unos años. Participé en la Vuelta Atlética a Tenerife. Este fue el tramo que me tocó, de Guía de Isora a Santiago del Teide. El resultado, por si se lo están preguntando, fue patético. Llegué el penúltimo.

Pues hoy es el día para olvidar aquello. ¡A tope! Me dejo llevar y voy adelantando a participantes de la otra modalidad. Más tarde lo pagaría, por supuesto.

Llego a Santiago del Teide otra vez y ya solo nos quedan unos kilómetros para coronar. De repente, una subida expuesta. El aire pega fuerte de frente; casi no avanzo. Muchos dicen que el efecto del viento sobre la bici es como si alguien tirara de la espalda hacia atrás, pero yo creo que es lo contrario: una mole que se pone delante de ti y no te deja avanzar.
Paso el tramo como puedo y veo a otros dos. Son del Bemekis, un equipo de La Laguna. Les conozco, son Isabel y J.David, como dice su perfil de Strava. Él tiene la mayoría de Kms por donde vivo. Participan en la Vuelta al Teide y cuando me pongo a su altura, les saludo. Más por admiración que por cortesía.

Sigo a lo mío. Rebaso a dos más y cuando veo el cartel que anuncia el final del puerto, esprinto. Pobre de mí…

Después de una breve bajada y una subida aún más corta, vienen una parte de falsos llanos. Uno de mi modalidad me pilla. Lleva un maillot del Equipo Ciclista Almaxximo y una bicicleta Willier que no me gusta nada. Es blanca y roja, cuidada al detalle y llamativa. No como mi Bamba Negra, una flecha oscura que pasa desapercibida.
Me grita que llevaba un tiempo intentando pillarme y empezamos a rodar en equipo. Me alegro, si trabajamos juntos, en esta zona de subes y bajas suaves podremos sacar mucha ventaja. Él va encendido, tengo que esforzarme para seguir su ritmo, pero estos tramos se me dan bien.

Tengo unas piernas potentes, no muy útiles cuando la carretera se inclina demasiado, pero si llanea un poco, o como ahora, está llena de toboganes, me defiendo.
Juntos llevamos un buen ritmo. Miro el GPS y marca 40Km/h. Sí, estamos yendo rápido. Pero para mí, pronto se acaba lo bueno. Mi nuevo amigo de conveniencia, que por cierto, me dobla la edad, me dice que hay que tener cuidado en la bajada, que puede estar muy resbaladiza. 

Dejo que vaya delante e intento copiar su trazada. Durante unos cuantos kilómetros le tengo a unos pocos metros, pero poco a poco se aleja de mí hasta que me quedo solo. Me empiezo a comer el tarro: “Tienes que aprender a bajar, tío”.
Agarro el manillar abajo, me hago pequeño sobre la bici para que el viento no me frene e intento hacerlo lo mejor que puedo. Un par de curvas por delante veo a alguien. Me vengo arriba, no debo de ir tan tan mal. Cuando estoy a punto de adelantarle, me fijo en que lleva un manillar de mountain bike. Lo flipo.

Ahora viene una parte llana camino de Icod. Está muy bien, porque puedo entrar en las rotondas sin tocar el freno gracias a la organización, que retiene a los coches. Paso por el primer control de tiempo y ni miro al avituallamiento. Estoy rodando a más de 30 Km/h y no voy a parar.

Se acaba la fiesta. Me desvían a la derecha y ¡boom!, un muro del 10%. “Joder, qué putada”. Quito el plato grande, subo piñones mientras la cadena cruje y me pongo a pedalear. Estoy jadeando, con el corazón a mil, así que intento relajarme. Me siento en el sillín y trato de llevar una buena cadencia de pedaleo.
Nadie delante; nadie detrás. Echo un trago de agua, tomo un gel y otro trago. Sigo subiendo y ya empiezo a pagar el ritmo tan alto del inicio. Encima, nunca he hecho este tramo. Voy a ciegas.

Cada vez voy peor. Más y más lento, hasta que casi me veo parado. Fuerzo los cambios, pero no me entra la corona más grande. ¡Y cuánta falta me hace! Al final, lo acaba haciendo. Calculo que la subida deberá tener unos 8 o 9 kilómetros no más, pero tal y como voy, se me van a hacer infinitos.

“Pues con calma, Bryan”. He ahí otro extracto de mi monólogo interior. Dos ciclistas van por delante, uno detrás del otro. Poco a poco, logro ponerme a su rueda. “¡Qué alegría!”. Ruedo detrás un rato, compartimos algunos monosílabos, y les adelanto. Más tarde ellos me pasarían a mí.

Ya voy solo. Vacío. Con un dolor de piernas… Me noto pesado, muy, muy pesado. Así sigo un buen rato hasta que llega a una bajada, una curva larga a la izquierda y otra subida pronunciada. Luego, todo es para abajo.

Esta parte de ahora sí que la conozco. Me relajo e intento llevar un buen ritmo, aunque sin arriesgar, que todo está mojado.

Cerca del Mirador de El Lance, uno se pone a mi altura y empieza a hablar conmigo. “¿Pero de dónde ha salido este?”, pienso. Me pregunta que si esta mañana estaba lloviendo en la salida de la prueba, así que no participa. Bien.

Me da ánimos y se va. Menos mal, es que casi no puedo hablar. De repente, “Eh, eso es un cartel de 5 Km”. Lo es. Al pasar a su lado, subo un poco el ritmo, como si ese trozo de plástico me pudiese juzgar.

Miro el tiempo que llevo. Puede que, si me esfuerzo, sea capaz de bajar de 3 horas, pero pinta complicado.

Ahora tengo la duda. No he mirado la última parte del rutómetro y no sé por dónde se va hasta la meta. Si siguen los planes que creo, habrá que subir. Y eso es lo último que quiero. Vivo por aquí, conozco bien esa subida y no quiero hacerla ahora. De verdad que no. Como sea así, voy a pasar un mal rato.

Me falta poco para la entrada de Los Realejos y me mentalizo. Pero… “¡No, no, no hay que subir!”. Un miembro de Protección Civil me desvía hacia abajo y no hacia arriba. Él no lo sabe, pero me hizo tan feliz en ese momento… Ya solo queda llanear y un suave descenso hasta la meta. Meto desarrollo y me pongo a pedalear. 

Me pasa alguien. Es el de la bicicleta con el manillar de mountain bike. Vuelvo a flipar. Por fin, un giro a la derecha y la recta de meta. No sé de dónde, pero saco fuerzas para esprintar. Cruzo la meta, paro el GPS y miro el tiempo: 2:48:48. ¡Sí, jodeeer!

Tras un rato, he dejado de sentirme eufórico. Es una sensación extraña. Llevaba mucho tiempo esperando este momento. Y más aún sin competir, aunque hoy no haya premios. Tampoco le presto demasiada atención a mis sentimientos. Tengo hambre, así que me voy a comer paella.

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