Reflexiones en torno a la proyección del documental "Bicis versus coches" en el Cosmocine


29 de julio de 2016

Gracias a ATAN y al Museo de la Ciencia, el pasado 14 de julio de 2016 volvió a aparecer en gran pantalla el documental Bicicletas vs. Coches de Fredrik Gertten. La ocasión reunió a un público significativo, al no tratarse de un estreno: se contaron unas setenta personas en la sala.

La película es imprescindible para quien quiera abordar la cuestión de la presencia en las metrópolis contemporáneas de la bicicleta, concebida sobre todo como medio de transporte. La visión que se nos ofrece es, en todo sentido, global, no solo porque intenta superar una perspectiva eurocéntrica, sino también porque nos enseña el entramado de relaciones económicas y de poder que han llevado el coche a dominar nuestras ciudades e incluso, en muchos casos, nuestras vidas;
todo ello vertebrado por la emocionante experiencia diaria de las y los ciclistas que surcan los mares de asfalto en Los Ángeles, Berlín, Sao Paulo o Bogotá.

Hubo una época en la que se actuó para que el coche reemplazara al transporte público y a la bicicleta, hasta entonces más que aptos para satisfacer las necesidades de poblaciones que, en las décadas siguientes, han crecido menos que el número de coches. Asimismo, las políticas urbanas de muchos países, lejos de ser neutrales o naturales, siguen hoy en día favoreciendo constantemente la prevalencia del coche, en perjuicio directo del las alternativas como la bicicleta. Lobbies de fabricantes manipulan la legislación europea sin escatimar donaciones a los partidos (e imaginen que, cuando se rodó el documental, aún no había estallado el escándalo Volkswagen).

El coche, también por su escasa eficiencia energética, es el paradigma perfecto de un modelo de consumo que quiere olvidar los límites del territorio y de los recursos naturales, pero que, finalmente, marginaliza a los seres humanos e incluso se autodestruye, contradiciendo su función original: el coche devora tanto espacio que, si bien vendido como ideal de libertad, acaba convirtiéndose en una jaula que se arrastra por infinitos atascos; pretendiendo ahorrar tiempo, lo desperdicia en colas y búsquedas desesperadas de aparcamiento. No obstante, la acción política concertada de sujetos económicos de todo tipo insiste en apoyar ese sistema y el modelo de vida que conlleva.

Si pensamos en nuestro contexto local, aunque no haya “fábricas de coches”, no será difícil identificar cuáles son los poderes económicos interesados en hacer de Tenerife uno de los lugares con más coches por habitante de Europa (casi un coche por persona, incluyendo a menores o, más en general, personas sin carnet...), desde los importadores a las gasolineras.

El documental fue seguido por un debate que permitió a nuestro colectivo dialogar con el público presente.

Antes que nada, unos pequeños sondeos informales nos permitieron observar que tan solo una de cada ocho personas se había acercado al cine utilizando la bicicleta. Una cantidad nada despreciable, si la parangonamos con la ratio habitual de uso de la bici en circunstancias parecidas, pero al mismo tiempo un dato sobre el que reflexionar, sobre todo si pensamos en el interés que este mismo público demostró hacia el tema. La bicicleta representa para muchas y muchos un mundo fascinante, estimulante, hasta loable y, sin embargo, sigue siendo una opción minoritaria para desplazarse en nuestra realidad concreta, a pesar de condiciones al fin y al cabo favorables (como por ejemplo la presencia del tranvía que fomenta una cómoda y gratuita intermodalidad). Baste con pensar que alrededor de cincuenta de las personas presentes procedían de un sitio a menos de diez km del museo, es decir, se enfrentaban a distancias más que adecuadas para la bici; es más, una mitad de los y las asistentes no había recorrido ni siquiera cinco km: para ellos y ellas, la bici hubiera constituido probablemente la opción más ventajosa.

Quizá no fue casual, en todo caso, que las intervenciones más estructuradas de parte del público hayan sido ofrecidas por personas que sí utilizan o utilizaron la bicicleta para sus desplazamientos diarios, especialmente para ir al trabajo o en la práctica deportiva. Pedimos disculpas por adelantado a las otras y otros integrantes de la platea cuyo punto de vista no relataremos en detalle, si bien haya contribuido a animar el debate, al tratarse de temas ya muy vistos o bien menos representativos (no podía faltar quien hurgara en el trillado asunto del casco obligatorio; y sí, se puede ir en bici por la peatonales; y sí, se puede ir de dos en dos por carretera; etc.).

Lo más curioso fue sin duda observar cómo las opiniones sobre la seguridad percibida al moverse en bici por Tenerife variaran muchísimos, hubo tanto quien aseguró que los conductores son muy respetuosos y atentos, como quien recordó sus múltiples accidentes, o quien, sin haberse enfrentado a daños directos, sin embargo vivía una sensación de amenaza debido a las continuas infracción de las normas por parte de los conductores. La situación resulta sin duda muy variada, probablemente a raíz de los recorridos y de los horarios concretos. Como colectivo queremos insistir en el hecho de que no tiene sentido montar una guerra entre ciclistas y conductores: no se trata de un conflicto entre personas, sino entre sistemas de transporte. Una actitud individual positiva ayuda a reducir los problemas, no cabe duda, y en este sentido cada ciclista que baje a la calle genera una ola de visibilidad que por sí misma mejora todo el contexto. Lo mismo puede decirse por la buena educación, tanto vial como general.

Sin embargo, como la película explicaba muy bien, para contrarrestar el complejo modelo que rodea el coche no es suficiente la acción individual o la simple acción educativa hacia las jóvenes generaciones. Gente que creció con bici y transporte público se pasó masivamente al coche cuando así se lo impusieron las estructuras económicas y políticas. Asimismo, enteras poblaciones se pasaron colectivamente a la bici, jóvenes y menos jóvenes, cuando una acción política e institucional seria decidió apuntar al bien colectivo y no a los intereses de los grandes capitales económicos.

Nos quedamos con la sensación de gozo y pasión que nos transmitieron las y los ciclistas de la isla, así como todos aquellos y aquellas que admiramos en la pantalla. Además, nos acompaña la inspiración para seguir “socializando” nuestros esfuerzos, poniéndolos en común para que puedan impactar con mayor fuerza y visibilidad en las resistencias e inercias de los patrones de “coche-adicción” con los que nos enfrentamos.

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